jueves, 5 de noviembre de 2015

Los palos altos en Palo Alto

Estoy sentada frente a la ventana en un café en Stanford. Conforme cae la tarde se intensifica el tráfico en El Camino Road. En el café habrá unas 40 o 50 personas. Solo a mi lado dos hombres conversan. El resto de los habitantes de este café permanecen, como yo, inclinados sobre sus ordenadores o tabletas con los cascos puestos concentrados en sus tareas. He entrado hace una hora y algunos de los que estaban aquí cuando llegue
permanecen en el mismo lugar. Algunos despliegan sus cables para concertar sus dispositivos, pero la mayoría hacemos uso de los powermat que permiten recargar sin cables con una pequeña anilla que se conecta al dispositivo y se apoya sobre una superficie especial en la mesa. Hay diferentes anillas para cada tipo de dispositivo que se diferencian por colores.  Allí donde fueres, haz lo que vieres, así que he  decidido que este café resulta un mejor centro de trabajo que la triste habitación de mi hotel. 
Hoy he estado en el SRI International de la Universidad de Stanford. Lo primero que me ha llamado la atención es la modestia aparente de las instalaciones que recuerdan a los  barracones de algunas instalaciones militares.

Pero aquí dentro, se han generado inventos y descubrimientos que han tenido una gran influencia en nuestras vidas. Casi me emociono al ver el prototipo del primer ratón de ordenador y cuando hablo con uno de los creadores de SIRI, esa asistente personal que amablemente nos contesta desde nuestro iPad ante cualquiera de nuestras preguntas. Me sonrío cuando me explican que el primer ratón fue creado a petición de un profesor que no quería que sus alumnos tocasen la pantalla con sus dedos pegajosos para señalar los elementos que querían seleccionar. Hoy estamos
dejando atrás el ratón y las pantallas táctiles son la tónica general. Y respecto a SIRI, pienso si esta creación de la inteligencia artificial puede ayudar a reducir, o al menos no agrandar, la brecha entre los que dominan la tecnología y los que no. Tengo una interesante charla al respecto con los científicos del SRI. También admiro al ver unas chimeneas gigantes de color ladrillo.  Aunque me parece raro, pienso si puede tratarse de una escultura. Pero no, son eso, chimeneas que sirven para expulsar el aire de los laboratorios a gran altura y reducir el riesgo en caso de que ocurra un problema. 

De vez en cuando echo un vistazo a mi teléfono para ver si sigue cargando. Parece que si. También levanto la vista y miro la carretera. El tráfico es incesante. Las distancias son grandes aquí y cada vez hay más población con lo que l congestiones son inevitables. Es el precio que tiene el desarrollo y la pujanza económica que ha alcanzado el Valle del Silicio con sus millonarios crecidos al calor de las nuevas tecnologías.  Para venir esta mañana tomé el CalTrain. Dos cosas me sorprendieron. Lo primero, la cantidad de gente que venía con sus bicicletas. En algunos vagones había más espacio dedicado a los vehículos de dos ruedas que a las personas. Lo segundo, la Estación de Palo Alto. De estética muy de los años cuarenta y

cincuenta y que, según algunos es el origen de este pueblo habitado inicialmente por profesores de la Universidad de Stanford. El interior es de madera y alberga un café. Las antiguas ventanillas para vender billetes están en desuso pero permanecen en la estación.  Su madera, el mural que recrea parte de la historia de California y el piano de madera que ocupa el centro de la estancia le dan un aire noble. 

Claro que mi destino no era Palo Alto sino Menlo Park, pero no me di cuenta y tomé un tren rápido que pasó de largo en Menlo Park. No hay mal que por bien no venga. Por un lado pude admirar la estación, que es un un monumento histórico. Por otro lado, como la mañana era soleada y tenía tiempo, decidí caminar hasta Menlo Park. Por el camino tuve ocasión de pasar por un parque y ver las herederas de la secuoya gigante que dio nombre al lugar, ya que por su altura era visible desde el mar. Pienso en las chimeneas de esta mañana en los laboratorios, de un color parecido al de la madera de las secuoyas. 

Vuelvo a mirar a mi alrededor. Son las siete y media de la tarde y el tráfico comienza a disminuir, también la población del café. Tal vez sea el momento de pensar en retirarse. 

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