El desastre de Japón nos ha dejado todo tipo de récords negativos, en numero de evacuados, en intensidad de terremoto, de maremoto, de radiación nuclear, etc. Pero, al lado de esto, también hay récords positivos. El comportamiento del pueblo nipón ha sido ejemplar, han asumido su desgracia con disciplina, orden y sin aspavientos ni exageraciones. Los japoneses sienten un profundo dolor, pero contenido. Eso ha generado mi admiración.
Pero sobre todo, me admiran los 180 profesionales que, pese al riesgo, permanecen en la central intentando paliar el desastre. Lo hacen a sabiendas de que el nivel de radiación que sufrirán sus cuerpos les causara con toda probabilidad un cáncer letal que acabara con sus vidas en pocos años. Lo saben, y pese a ello siguen trabajando con denuedo. Saben que a lo mejor su esfuerzo puede resultar inútil, pero también que son los únicos que, si algo puede hacerse, son ellos los que pueden intentarlo.
Desde aquí mi reconocimiento y pequeño homenaje a estos héroes anónimos y sus familias que afrontan la situación con entereza y un gran sentido del sacrificio. Me pregunto que hace que un hombre asuma su obligación con esa determinación y sentido del deber. Muchos dirán que es el código samurai. No lo se. He reflexionado sobre este asunto y he llegado a la conclusión que lo que hace que un hombre siga el camino que marca su obligación sin dudar ni titubear, aun cuando su obligación resulte tan penosa, son valores incrustados e su conciencia y forma de ser de forma tal que no concibe otra opción. Y eso, me da la impresión, solo se consigue tras muchas generaciones transmitiendo unos valores sólidos, firmes y coherentes. Una gran lección que quizá sea mas laboriosa y complicada de aprender que el difícil idioma nipón.
On