Siempre me ha hecho gracia el nombre de "Jornada de reflexión". Me parece pomposo y de altas pretensiones. Aunque, he de reconocer que me gusta que, siquiera de modo nominal, nos acordemos de la necesidad de reflexionar. Y... agradezco enormemente la liberación, siquiera por 24 horas, de todo el ajetreo de la campaña electoral y la "resaca" postelectoral que llega luego.
Tratándose de una jornada de reflexión, me pareció estupenda la propuesta de mis amigos del Club de Montaña Verso Libre (nombre evocador donde los haya, especialmente para aguerridos montañeros y escaladores) para disfrutar del día recorriendo las laderas de los Cañones del Sil. Mi primera reflexión de la mañana (de eso se trataba, no?) surgió de un elemento muy humilde. Tomando el café matutino en el bar de
Parada do Sil, me distraje con el vuelo de una mosca (como en el cole) hasta que me dí cuenta de lo extraordinario que resulta ver moscas en las tierras frías del interior de Galicia en la segunda quincena de diciembre. Parece ser que lo del cambio climático va en serio. Tan en serio que durante el día nos sobraron jerseys, abrigos, guantes (sólo a mí se me ocurre hacer acopio de semejante prenda) y demás prendas propias de la estación en la que estamos.
Los Cañones del Sil son un lugar único y mágico. El río ha encontrado su cauce a muchos metros de profundidad entre estas paredes graníticas de color gris. Las laderas del río son aprovechadas desde la época de los romanos para viñedos. Viñedos que son toda una obra de arte, ya que se asientan sobre terrazas construidas en piedra para dar cierta estabilidad al terreno, ciertamente muy inclinado. ¡cuánto trabajo para extraer el que los romanos ya llamaban el vino de los dioses! Algunas terrazas se encuentran abandonadas y recubiertas por un musgo aterciopelado en el que crecen derechos pequeños robles. La marcha transcurre ladera arriba y abajo en un día en el que el sol arranca los mejores colores de las últimas hojas que aún amarillean en los castaños, robles y hayas que colgándose de la ladera se asoman al río. La caminata transcurre en un ambiente fantástico (siempre sucede así) y, es lo que tienen los lugares bonitos con buen tiempo, de cuando en cuando nos paramos a admirar el espectáculo que la naturaleza nos regala, retrasando un poco el ritmo. Marchamos por antiguos caminos empedrados que se encuentran ahora cubiertos por una gruesa capa de hojas que dificulta ver dónde se ocultan las piedras más irregulares y traicioneras. ¡Hoy los bastones han sido una gran ayuda! Es necesario
concentrarse en el suelo y a través de las hojas depositadas nos vamos dando cuenta de los árboles distintos que vigilan el camino. Las hojas ovaladas de los castaños y los erizos (que en la mayoría de los casos ya han perdido su botín de castañas) predominan. De trecho en trecho, no obstante, ceden la hegemonía (mayoría en términos electorales) a las hojas barrocas y curvilíneas de los carballos (robles). De pronto unas piñas, advierten de que pasamos cerca de unos pinos. Y... el
sobresalto es mayor cuando el color ocre se ve interrumpido por el rojo llamativo de unos frutos que se esparcen por el suelo. Son madroños (morogos) que aún conservan sus hojas. Llegamos a los llamados Balcones de Madrid (allí se despedían de los segadores que iban a Castilla) y disfrutamos de uno de los paisajes más maravillosos de la geografía gallega. Las paredes grises, duras, majestuosas, tranquilas que vigilan el curso del río Sil que circula sosegado a su encuentro con el Miño.
Pero no solo de arte de la naturaleza se nutre la zona. Estos parajes alejados, duros y aislados fueron elegidos por muchos ermitaños para retirarse a meditar y a lo largo del río hay una colección de monasterios, iglesias, cenobios... Algunos grandes como el de
Santo Estevo, hoy convertido en establecimiento hotelero y otros más humildes pero llenos de encanto. Nuestra ruta nos lleva al Monasterio de
Santa Cristina de Ribas de Sil, una joya románica que aparece oculta entre los castaños con varias edificaciones alrededor de los antiguos claustros. La iglesia se mantiene en bastante buen estado y exhibe con orgullo su rosetón. Los claustros tienen algo de mágico y en los pisos superiores los parladoiros pegados a las ventanas conservan un encanto especial. Les llaman las iglesias luciérnagas y ciertamente, en tiempos medievales debieron ser un faro de espiritualidad, refinamiento y cultura para los campesinos de la zona.
Tras la visita al monasterio y unos cuantos kilómetros en nuestras piernas, termina el recorrido. Nos espera la comida en uno de los restaurantes de la zona. Los platos, como cabe esperar, son contundentes y las raciones abundantes, de modo que el efecto reparador está más que conseguido. Tras la comida, toca abandonar estos lugares mágicos antes de que caiga la tarde y comience la lluvia, que el fuerte viento que sopló durante todo el día hacía presagiar.
Antes de irme de la zona me detengo en
Xunqueira de Espadanedo, pueblo que tiene uno de los nombres más llamativos de Galicia. Es un lugar pequeño, anodino donde comercios como "Novedades Pérez" surten a la gente en su día a día y donde a veces se pueden encontrar los objetos más inverosímiles. Decía que es un lugar anodino, si no fuese por su monasterio (otro de los muchos de la zona) que se alza en el medio del pueblo y cobija iglesia, ayuntamiento y salón social. A esta
hora de la tarde y con los nubarrones de fondo resulta sobrecogedor. La iglesia está abierta. Entro. No hay ninguna luz encendida. Sólo unas velas al fondo y la escasa claridad que logra colarse por las escuetas ventanas. Me doy cuenta de cómo debían de sentirse los hombres del medievo en lugares como éste. Sin apenas poder ver y sumergidos en una oscuridad amenazadora es fácil que fuesen asustadizos y se sintiesen débiles.
Si mis reflexiones matutinas comenzaban con una humilde mosca, terminan pensando en la naturaleza del ser humano. La majestuosidad de los cañones nos recuerda lo humildes e insignificantes que somos ante esta naturaleza poderosa. La falta de luz en la iglesia de Xunqueira me hace valorar más esas pequeñas cosas que muchas veces damos por supuestas, como la luz eléctrica. Esa maravilla que transforma la noche en día, lo inhóspito en amigable, lo desconocido en familiar y a la que aún no tienen acceso muchas personas en el mundo. Y... pienso en la coincidencia de que este río Sil por cuyas cercanías he paseado, sea uno de los cauces más explotados en España para la producción de energía eléctrica.