viernes, 9 de octubre de 2015

Las carreteras de Philadelphia

Tras varios días en Philadelphia, hoy toca emprender viaje. Toca madrugar mucho y tratar de meter en la maleta todo lo que inicialmente cabía perfectamente ordenado y planchado. Claro que, en apenas cuatro días he acumulado todo tipo de regalos: pañuelos de seda de Malasya, colgantes argentinos para recordarme el daño que la enfermedad de Chagas hace, un libro escrito por una Fellow llamado "Sushi & tapas", un disco de un coro de niños atendidos por la charity que preside mi amiga Cheryl, gorras de la Universidad de Penn... Es indudable que antes de volver a Espña tendré que comprar otra maleta, la única duda es hasta cuando puedo postergar la decisión!



El despertador está puesto para las cinco. Sí, después de probar con todo tipo de artilugios tecnológicos, me he rendido a la evidencia. Lo mejor es apagar los cacharros por la noche y confiar en ese diminuto despertador que me regaló mi madre cuando empecé la Universidad y que también usa mi hermana. Un día más despierto antes de que suene el despertador. Aprovecho para comprobar mi itinerario y ver algunas cosas en internet. Despliego todos mis artilugios y me doy cuenta de que el Mobile Hotspot ya no tiene secretos para mí.



A las seis y media estamos listos para salir. Hoy no tendré tiempo de hacer mi visita diaria a La Colombe y he de conformarme con un elegante e ineficaz café que nos ofrecen a la puerta del hotel. Un despliegue en plena calle, digno de un maraja. Eso sí, para la parte sólida del desayuno hemos de apañarnos con esas cajas tan americanas en el autobús. Hoy que me he puesto elegante para la visita a Colin Powell, corro el riesgo de terminar llena de manchas.  Afortunadamente, estoy desarrollando también habilidades en este campo y salgo airosa del embite.

Salimos de Philadelphia con un sol cegador. Pasamos cerca del mercado donde ayer Thao, una vietnamita inquieta, vital, energética, emprendedora, bromista y muy, muy inteligente, nos llevó a probar, según su criterio, las mejores ostras de Philadelphia. El lugar lleva abierto desde 1892, así que no lo deben hacer mal. Vencí mi rechazo inicial a las ostras ( especialmente cuando van aderezadas con ketchup, como es el caso) repitiéndome la frase de mi amiga Marta "open your mind". Abrí mind y boca y me llevé una agradable sorpresa. Las ostras con ketchup y con cebolletas están mejor de lo que una pudiera imaginar. Gracias Thao!



Salimos de la ciudad atravesando barrios llenos de actividad, fábricas, almacenes, camiones y, sobre todo esos puentes colgantes que asoció siempre con América y que me gustan tanto! Poco a poco el paisaje grisáceo industrial va dando paso a bosques y arboledas en las que las hojas comienzan a amarillear y enrojecer.  El paisaje es muy bonito y en unas semanas lo será aún más. Me acuerdo de mi madre y su frase de que las hojas de los árboles muestran todos los colores excepto el azul! El azul aquí lo ponen las señales que anuncian templos de la restauración como Wendys, McDonalds y demás!

El viaje se hace largo y aprovecho para charlar con mis compañeras, aunque la mayoría están entregadas y seducidas por sus ordenadores, teléfonos, iPods y demás gadgets. He de confesar que resultan fascinantes las posibilidades que nos brinda la tecnología para seguir en contacto aún a miles de kilómetros de distancia. Aunque..... yo siempre encuentro algo que no funciona. La responsable de IT ya me conoce. No obstante... reconoce que conmigo está descubriendo los límites de la tecnología! (y de la paciencia, añado yo!)

Poco a poco dejamos las carreteras de Philadelphia y  llegamos a WDC. A tiempo, a pesar del tráfico para la reunión con el General Powell. Promete ser interesante, pero eso quizá lo dejamos para otro post.






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