lunes, 19 de octubre de 2015

Experiencias de fin de semana


Escribo desde el remanso de paz que brinda Bryant Park a apenas dos manzanas de la ruidosa Times Square.  Encuentro cobijo en la extensión del Bryant Park Grill y me sientan en una especie de carpa invernadero donde la luz del sol se cuela por paredes y techo, lo cual se agradece. Cuando esta



mañana salí en busca de mi ración diaria de cafeína hacía frío. Menos mal que tenia a mano el gorro de pelo que mi hermana, siempre al tanto de la moda, me regaló hace casi un año. 

Eché un ojo a Uniqlo pero los ultra light down me parecen demasiado light y poco down para lo que necesito.  Como siempre la tienda me divierte. Maniquíes que suben y bajan y música, mucha música. De hecho,  lo único que me molesta en este espacioso y agradable café en el que lo mismo tienen sitio árboles, lámparas que pajarillos es de nuevo la música. He descubierto que ponerme los auriculares del teléfono mientras camino es una magnífica forma de mitigar el ruido de la calle.  Pido el brunch, con café por favor, y mirando a mi alrededor me doy cuenta de que abundan más los cocktails que los cafés. Y aún no son las 12 de la mañana!


El fin de semana está lleno de experiencias. A fin de cuentas que es la vida sino una colección de experiencias entrelazadas. La visita a la Fundación Ford el viernes interesante tanto en el contenido como en la puesta en escena. El edificio es espectacular con un gran patio acristalado de unos ocho o nueve pisos con una estética setentera que a mi particularmente, me hace gracia. La cafetería y el comedor también denotan esta estética.


Están a punto de renovar el edificio. Espero que no sucumban totalmente a los cánones  imperantes. Aparte de la visita oficial tengo ocasión de conversar con Vicente, un ordenanza ( seguro que en EEUU tienen un título más aparente para este puesto) ecuatoriano encantador que ha conocido a tres generaciones de Ford y que, intuyo, es una fuerza viva y toda una institución en la institución. Al terminar me siento un rato en el hall a admirar el edificio desde otra perspectiva. Pienso en mi abuelo y mi padrino que trabajaron para la Ford Motor Company aqui en EE.UU. hace unos 90 años. El recepcionista, un señor mayor y sonriente,saluda a todo el mundo deseándole buen fin de semana. Un empleado protesta porque tiene que trabajar hasta las ocho.¡Eso en España no se consideraría tan grave!

Ceno con una amiga a la que hace tiempo que no veo. Agradezco que haya elegido un restaurante con mesas amplias de modo que no es necesario compartir la conversación con la mesa de al lado. Y sobre todo, agradezco que sea un lugar tranquilo y sin ruido! Es curioso, hay gente con la que la conversación fluye a pesar del tiempo. Y en este viaje me estoy reencontrando con muchos amigos con los que eso sucede.¡una suerte!

El sábado es una mezcla muy interesante. Comienzo con un brunch en el Meatpacking district. Un lugar tan trendy ahora y tan poco recomendable, especialmente para una dama, hace unos años.  Lo que inicialmente iba a ser una comida de dos termina convirtiéndose en una reunión de antiguos compañeros y amigos. Los camareros de Barbuto se ponen nerviosos con esa mesa que no para de crecer y que no se va. Al final, se rinden a la realidad y, como el café está ya más vacío, nos permiten ir moviéndonos de mesa en mesa para estar más cómodos. La conversación fluye y tan unas horas tenemos tiempo de repasar  los últimos 17 años, tratar temas personales, profesionales, políticos y hasta tener una breve introducción a las nuevas tendencias de coaching. 

El nuevo Whitney está a solo unas manzanas y no hay que perder ocasión. Es un edificio muy llamativo de Renzo Piano. Esta atestado de gente. La terraza brinda unas vistas estupendas de Chelsea y el High Line cuyos árboles se ven diminutos desde arriba. La luz de la tarde de otoño arranca colores precioso y la japonesa que hay en mí no se resiste! Todo el edificio es de un diseño muy llamativo, techos en zig zag con una especie de cortinas/velas que, intuyo tiene que ver con los edificios inteligentes y energéticamente eficientes, ascensores de una decoración llamativa. Mi amiga Yolanda está entusiasmada y yo, aunque menor conocimiento de causa, también. El entusiasmo, no obstante, se me pasa cuando intento lavarme los dientes con estos grifos tan inteligentes. ¡Toda una odisea digna de los contorsionistas del Circo del Sol! Lo que realmente me admira tanto el hecho de que el camarero nos ordena que tomemos el café sentadas. Estamos en la barra de pie y eso tampoco vale. Tenemos que sentarnos. No discutimos y obedecemos si rechistar como en el cole.

Me reencuentro con parte de las pinturas del viejo Whitney como las banderas de Jasper Jones y descubro cosas nuevas. La muestra de Archibald Motley es una revelación. No conocía a este artista que tan bien retrata los ambientes afroamericanos de los 40 y  50. Me gustan los colores.

Igual que me gusta la luz que se cuela por los ventanales del edificio en contraste con las esculturas que están una planta más abajo. Magnifico el edificio y la colección.


 No obstante, estoy algo decepcionada pues no he visto nada excesivamente loco. Pero, ¡el Whitney nunca decepciona! Cuando ya nos vamos en la planta baja una composición en la que se mezclan grandes telas de seda, ventiladores, farolillos, luces de neón, fuentes, luces....Gracias que Jaded Madere, que así se llama el artista, viene en mi auxilio.

Hoy tenemos una cena en un club privado de artistas ( artistas a los que les va muy bien por lo que descubriré ) al que solo se puede acceder si se es miembro. Tengo la suerte de tener amigos muy variados que me tratan muy bien. Tenemos un rato y nos paseamos por la zona. De los almacenes de carne de hace apenas unos años hemos pasado a las tiendas más exclusivas. Eso sí las calles siguen con sus adoquines y su pobre asfaltado. No sé cómo las chicas que caminan por mi lado volando sobre tacones altísimos no de tuercen un tobillo. 

Decidimos  darnos un poco a la superficialidad y tiendeamos. Me llaman especialmente la atención las tiendas de cosmetica. En la misma nave en la que hace una década se alineaban las piezas de carne hoy hay un Lash Bar ( bar de pestañas) con un surtido de lo más variado y llamativo. Una podría salir de aquí con unas pestañas que reproducen la cola de un pavo real!  ¿ no quería yo algo loco? Pues toma excentricidad Pensamos que sería bueno acicalarse para la cena y hacemos uso de los servicios gratuitos de una de las tiendas de cosmética de la zona. La artista ( así llaman en estas tiendas a los maquilladores) adivina a la primera que no tenemos intención de comprar y nos dice que solo puede hacernos un maquillaje parcial. Cogemos el menú de servicios y tenemos que tomar la trascendental decisión de elegir entre maquillaje base, pómulos, parte alta de los ojos, parte baja, pestañas ( después de lo que he visto, ni me atrevo )...Me intimida el arsenal de pinceles que atesora la artista y que exhibe ante mi. El resultado está bien, pero como ya nos advirtió, no esperemos milagros!

Caminamos al club de la cena que, casualidades de la vida, está junto a La Nacional. La Nacional de la calle 14 fue la primera sociedad española de NY creada en 1868. En mi época de estudiante vine aquí en varias
ocasiones, generalmente huyendo de la morriña y justo con mi amiga Yolanda, con la que hoy camino por las mismas calles. Los precios bajos, la presencia de compatriotas y la comida española eran su atractivo. Como reza el cartel fuera, La Nacional ofrece tapas, paellas, bar y fútbol. Lo básico desde hace muchos años. Entramos de nuevo en este lugar que es un viaje en el espacio y en el tiempo. El mismo olor a lejía mezclado con fritanga de siempre y que recuerda a los bares de hace muchos años en España. Un lugar básico, simple, nada trendy pero lleno de recuerdos. Justo lo contrario del Meatpacking y del club justo en la puerta de al lado, donde vamos a cenar.

El Norwood, que así se llama el club, es toda una expresión de buen gusto y elegancia con una decoración cuidada donde se mezclan piezas de arte muy modernas con elementos súper clásicos en sus comedores privados. Estoy aquí con un grupo de amigos de la universidad de Princeton que se reúnen, desde hace 31 años, una vez al año para pasar un fin de semana en NY.  No conozco a ninguno de ellos pero Y, en América, las cosas se hacen a lo grande. Cuando salgo con algunos amigos, y Yolanda es uno de ellos, nunca sabe una donde puede acabar! Todos son americanos excepto Yolanda, yo y el vino tempranillo que han escogido ( con muy buen criterio ) para la cena. 

La cena es muy interesante. Son un grupo compacto de amigos que viven en WDC, NY, Jackson Hole, LA..... Pero que están perfectamente cómodos con una persona a la que no conocen de nada. Me reciben como uno más y eso se agradece mucho. Hay discursos, recuerdos, saludos y grabaciones para algún amigo enfermo y rotación de asientos para facilitar el hablar con todos. El menú esta preseleccionado de antemano y, como no! Una de las opciones es kale! Tras la cena subimos tres pisos a una especie de bar discoteca. La gente habla y baila muy animada. Me doy cuenta de que los éxitos que les gustan a los cincuentañeros americanos no difieren mucho de los que figuran en la lista de Spotify de mi sobrino! ¡ La globalización! Aun a riesgo de estar a la altura de lo que se espera para una española, me retiro pronto. Yolanda y el tempranillo tendrán que defender el pabellón patrio!

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