jueves, 10 de febrero de 2011

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Estos días el flamante nuevo presidente de la Generalitat está siendo noticia en todos los medios.Uno de los capítulos que más atención ha suscitado es el que se refiere a la "manga ancha" acordada por el presidente del gobierno español para permitirle aumentar su nivel de endedudamiento. No hacía falta ser un gurú para intuir que en menos que canta un gallo, las restantes Comunidades Autónomas se subirían al carro, como así ha sido.

Me pregunto y temo las consecuencias que estas medidas pueden tener en nuestra imagen exterior. ¿no les estaremos dando un motivo para colgarnos el sambenito de derrochones? ¿no estaremos dando nuevos argumentos a los que dicen que somos unos manirrotos y que vivimos por encima de nuestras posibilidades?

Estas preguntas, si son pertinentes en cualquier momento, cobran más relevancia ahora. Como dice un informe de McKinsey publicado recientemente, hemos dejado atrás una era de capital barato en la economía mundial. Se avecinan años en el que el capital será "dear " como dicen los ingleses, es decir buscado, apreciado, y, por ende, caro. Hay varias razones para ello. Una, que a menudo se pasa por alto, pero que es muy relevante, son las necesidades de infraestructuras en muchos países de Africa, Asia y Latinoamérica donde la urbanización es una tendencia al alza (miren si no el último informe de Trendwatching) que demanda carreteras, electricidad, alcantarillado, hogares y fábricas.

Al mismo tiempo, es muy posible que el ahorro mundial decrezca conforme la población de China y otros países emergentes (en parte por su propio gusto y en parte impulsada por un Gobierno que busca fortalecer la demanda interna) se vuelva más consumista.

En estas circunstanicas es de esperar un aumento de coste de la deuda. Unos gobernantes prudentes deberían por todos los medios tratar de anticipar este aumento de costes y reducir los déficits. Las alegrías presupuestarias que nos permitió la época de bajos costes de capital, no creo que puedan perdurar. Aparte del coste para los ciudadanos, existen otras consecuencias importantes (y negativas) de mantener la laxitud en la política presupuestaria. Me refiero a que, si los niveles de deuda pública se mantienen muy elevados, entrarán a competir con la deuda privada, a la cual harán mucho más difícil (casi imposible en algunos casos) el acceso a la financiación. Y ya sabemos que sin financiación, resulta complicado que folrezcan los proyectos empresariales que son quienes, a la postre, sacan a un país adelante.

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