Por eso ayer disfruté enormemente. Asistí a la Final de la Copa del Rey de baloncesto. Disfruté primero con el juego (aunque, a decir de los más entendidos, el partido no estuvo a la altura de lo que se esperaba), disfruté también con la puesta en escena (quizá sea por la influencia americana, pero no deja de haber espectáculo en ningún momento, ni siquiera en los tiempos muertos) y sobre todo disfruté del ambiente. Cada afición animando a los suyos, como corresponde, pero sin violencia alguna. No hace falta separar aficiones por motivos de seguridad (aunque éstas se agrupen por cuestión de amistad, pertenencia, identificación con los colores, camaradería o muchas otras razones). Entré tranquilamente en el estadio, conversé con mis acompañantes, me senté en una grada en la que se mezclaban aficionados de los dos equipos, me reí viendo las angustias de unos y otros y tuve una sensación de tranquilidad que nunca he experimentado en un campo de futbol. Al final, cuando aficionados del Madrid se encontraban con algún seguidor del Barça incluso se paraban a felicitarle. Me pareció un ambiente fantástico y una prueba evidente de que el amor a los colores del equipo no está reñido con el civismo ni con la educación.
Y... en mi viaje de vuelta reflexioné y me preguntaba ¿por qué no ocurre así en todas las disciplinas deportivas? ¿por qué en muchas ocasiones los hinchas no encuentran otro modo de expresarse más allá de la violencia?
Y.... una última reflexión mucho más frívola y sólo para las damas. He de decirles que, por lo que ví ayer, en general, mis ídolos de juventud del baloncesto, se conservan mucho mejor (con honrosas excepciones, que, como en todo, las hay) que la media de los caballeros. Un aliciente más!
No hay comentarios:
Publicar un comentario