Hace mucho que no escribo en este blog. Quizá sea pereza o quizá timidez al pensar que no merece la pena martillearles con mis reflexiones. Pero hoy tengo algo que contarles pues he tenido dos momentos que alguna amiga calificaría de "a-ha moments"
Hoy había sido un mal día en el trabajo y salí para el aeropuerto preocupada por las miserias que a menudo enturbian la vida laboral. No soy una persona que suela entablar conversación en los aviones. Me cuesta iniciar una conversación con una persona sólo porque se haya sentado a mi lado. Pero hoy ha sido diferente.
El avión iba lleno de peregrinos que regresaban a sus hogares tras culminar su peregrinación a Santiago de Compostela. Se les reconoce fácilmente por sus botas, ropas, y, sobre todo,las caras curtidas por el sol y el viento tras días de caminata. Flicka, la señora que iba sentada a mi lado, era claramente una. El inicio de la conversación no fue fácil. A mi pregunta acerca de sus impresiones, contestó que los españoles le parecen poco acogedores, muy cerrados y bastante incultos por no hablar idiomas y gritar al hablar. Traté de defender el pabellón patrio como pude pero sin gran éxito. Flicka había peregrinado en al menos tres ocasiones a Compostela, cada vez por una ruta y conoce bien España. En una ocasión llego a estar tres meses caminando y siempre movida por una profunda fe.
Le pregunté si viajaba sola y me dijo que sí y no ( en este momento pensé que la gallega debería ser yo). Viajaba sola pero que en su mochila llevaba a mucha gente. Me explicó que trabajaba ayudando a enfermos terminales y que su mochila iba cargada de sus anhelos y esperanzas. Y entre ellos, una muy especial. Hace diez años haciendo el Camino conoció a un matrimonio francés que compartía sus inquietudes espirituales y se hicieron muy amigos. La mujer francesa enfermó hace meses de cáncer de páncreas. Flicka le prometio que harían el Camino juntas y cada día le enviaba un whatsapp con sus impresiones y vivencias. El domingo a su llegada a Santiago le escribió. Durante la Misa del Peregrino sintió la necesidad de escribirle de nuevo. Y lo hizo. Le contestó el marido de su amiga diciéndole que ella se había ido justo durante el vuelo del Botafumeiro envuelta en su humo. En este punto de la conversación Flicka comenzó a llorar y me dijo que sus lágrimas eran de alegría por haber podido llegar a Santiago con su amiga y sabiendo que se iba tranquila y feliz. Reconocí que me impresionaba su fortaleza, tranquilidad, alegría y profundidad y me explicó que todo ello venía de su fe y de su empeño por vivir y disfrutar el momento presente ofreciendo acogida y cariño a los demás. Me recomendó un par de libros y huelga decir que aunque estén en francés, trataré de leerlos.
Al llegar a destino tenía un largo e Mail, más bien una reflexión de un amigo al que había escrito antes de despegar mandándole un abrazo pues su madre se está yendo ( probablemente cuando escribo ya se haya ido). Mi amigo es una persona de una sensatez, serenidad y profundidad de pensamiento increíble. Con él no hay conversaciones banales y siempre sorprende por sus conocimientos de cualquier tema, y muy especialmente, sobre la naturaleza de la ser humano . Es de las personas que más ha meditado y reflexionado sobre la condición humana y su generosidad le lleva a compartir lo que ha aprendido con los demás. Por eso me atrevo a compartir con ustedes algunas de sus reflexiones.
Me explicó con una serenidad impresionante, que las enfermedades largas, como las vividas por su madre y por la amiga de Flicka, tienen un sentido, que no es otro que preparar al que se va a prepararse buscando la paz consigo mismo y encontrando respuestas a esas interrogaciones existenciales que, y esto es cosecha mía, todos tenemos pero pocas veces nos atrevemos a confrontar. Interrogaciones que la lectura del libro de la conciencia que todos escribimos cada día ayuda a resolver. Y tiene sentido para los que se quedan. Pues les permite prepararse para esa separación sin saber siquiera si es última o definitiva. Sería algo así como un tiempo de regalo que evita que el abandono se convierta en una herida sin cura.
El Mail de mi amigo es muy largo y cada línea de una profundidad que impresiona. Cuando terminé de leerlo pensé si sería coincidencia haber tenido dos conversaciones (una oral, otra escrita ) sobre el sentido de la vida y la muerte. Y sentí envidia de mis interlocutores pues han conseguido encontrar (cada uno por su camino) serenamente un sentido para su vida ( que como las flechas amarillas que señalan el Camino de Santiago, les guía) y aceptar (que palabra tan difícil de asumir) las alegrías y sinsabores que conlleva.
No me digan que, a pesar de la situación dolorosa por la que están atravesando en estos momentos, no sienten cierta envidia de la plenitud y serenidad personal que han alcanzado mis amigos. Yo, he de confesarlo, si.
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