Me gusta el cine. Así lisa y llanamente. Disfruto eligiendo la película que voy a ver, durante la proyección y en los comentarios posteriores. A pesar de que proliferan sistemas más "cómodos" para disfrutar del séptimo arte desde casa, acudir a las salas tiene para mi un atractivo especial.
Elegir la película a ver y adaptar los horarios a la proyección aumenta el significado del acto de ver una película. El silencio de la sala obliga a una inmersión total en la historia que no se ve perturbada por interrupciones o distracciones. Cuando voy al cine tengo los cinco sentidos concentrados en la historia que alguien ha creído que merece ser contada. Ir al cine, en definitiva, me exige más dedicación que ver una película en casa. A cambio, suelo ser más exigente en la sala que en el salón de casa. Cuando una película me gusta la disfruto plenamente. Y, a la inversa, si después de acudir al cine la historia es mala o no me convence, mi decepción es mayor que si hubiese estado en casa.
En los últimos años veía alarmada como el público en las salas decrecía de forma alarmante. Menos salas, menos espectadores y menos opciones. Hace años en mi ciudad era posible disfrutar de películas en VOS en alguna sala comercial. Hoy ya no. Una pena en mi opinión no poder escuchar a Meryl Streep o a Emma Thompson por poner sólo dos ejemplos. Pero esa es la realidad. Realidad que se ha plasmado duramente en ciudades que han perdido estos años de crisis todas sus salas comerciales. En mi opinión, una ciudad que carece de salas de cine experimenta un descenso de atractivo importante como lugar de residencia. Pero, la ley de la oferta y la demanda es así y, según dicen, asistir al cine se había convertido en una actividad muy cara para una familia.
Ante este problema de pérdida de espectadores, la industria del cine ha reaccionado con diversas iniciativas como descuentos o la llamada fiesta del cine que se celebra estos días y que ofrece entradas a precios muy económicos. Parece que las medidas están consiguiendo su objetivo y las últimas veces que he ido al cine ya no me he encontrado con salas desangeladas en las que apenas una docena de espectadores nos dejábamos atrapar por la película. Al contrario, he visto salas llenas, colas en la taquilla e incluso en alguna ocasión entradas agotadas. La proyección en sala supone un coste fijo por lo que cuantos más espectadores la disfruten, más beneficios obtendrá la industria. 100 personas que pagan una entrada de 5€ generan más beneficios que 25 pagando 8€. Es más, se genera un efecto multiplicador mediante la proyección de los llamados "trailers" al inicio. Cuantas veces viendo estos resúmenes no hemos decidido acudir a ver obras que, de lo contrario, nos pasarían desapercibidas! Por eso alabo las decisiones adoptadas encaminadas a reducir el precio de las entradas. Hacen que más personas vayan al cine y que la industria obtenga mayores beneficios.
Aparte de la fiesta del cine, estos días oímos hablar continuamente de las cifras de déficit público y vemos que nuestro nivel de deuda pública ha pasado en siete años del 40% a casi el 100% del PIB a pesar de los importantes recortes de gasto social. Los recortes no llegan para alcanzar el equilibrio presupuestario pues los ingresos (que se obtienen fundamentalmente vía impuestos) son cada vez menores. Y... Viendo lo acontecido en el cine, ¿existe alguna enseñanza que podamos extraer? ¿ podría tal vez alcanzarse una mayor recaudación con "precios" (impuestos) más bajos? Hay estudios en todas las direcciones pero, está claro que cuanta mayor es nuestra disposición de dinero más solemos gastar, generando transacciones que generan actividad económica y por tanto impuestos (directos e indirectos). Es sólo una idea, pero con lo aficionados que son nuestros políticos a "contarnos películas " tal vez, puedan por una vez tomar el caso del cine como ejemplo.
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