Esta semana me ha tocado hacer un viaje inusual en tren. No suele ser este un medio que frecuente a menudo a pesar de que me resulta muy cómodo y divertido. Divertido porque en muchos casos el tren pasa por lugares por donde el hombre no suele transitar con lo que se ven las cosas de forma diferente.
En las ciudades, en muchas ocasiones las vías discurren paralelas a las traseras de las casas con lo que una se vuelve un poco voyeur. Ve las fachadas en las que se pone menos esfuerzo, las menos formales y puede llegar a formarse una idea más completa de como viven muchos de sus vecinos.
Pero es en el campo donde el tren suele revelar nos paisajes sorprendentes. Esta semana me ha tocado uno de esos, especialmente en el tramo que va de Orense a Monforte de Lemos, en el corazon de Galicia. Era una mañana brumosa en la que los jirones de niebla en su intento de escapar ladera arriba se quedaban a veces enganchados en las polas (ramas) de los carballos (Robles) y en la que disfruté de una variedad de colores sorprendente. Para los que no conozcan la zona, la vía del tren transcurre aquí siguiendo la ruta que ha horadado el Sil formando los famosos Cañones. En algunos tramos la altura es considerable y permite admirar terrazas cultivadas donde crece la vid. Pero esta vez lo que me llamo la atención fueron los colores que rompían la seriedad de la mañana gris.
Primero amarillos, el amarillo alimonado de las mimosas nos acompaño durante todo el trayecto ofreciendo un contraste a la lluvia que parecía llamar a la prima a. También amarillo de los toxos, lo este ya más intenso, menos alimonado. También los ocres. El suelo estaba aún plagado de hojas de los carballos que extendían una alfombrar rojiza a nuestros pies. Pero sobre todo verdes. No el típico verde de los campos gallegos, que va. Las escarpadas laderas ofrecían muchos más matices. Primero el vede malaquita del agua del río que transcurre serena hasta que se encuentra con alguna presa o salto de agua. Verde grisáceo de los líquenes que recubren los carballos y que les visten con perifollos suaves que contrastan con su corteza dura. Montaña arriba el brezo aportaba un color entre rosa y malva. En algunas zonas la montaña descendía hasta el río sin vegetación que la recubriese dejando ver un color gris brillante tras la lluvia. En otras partes se recubría de un manto aterciopelado de musgo de un verde brillante y lleno de vida que invitaba a extender la mano para acariciarlo.Finalmente en algunas zonas más protegidas la primavera anunciaba su llegada en botones de flores blancas que destacaban por su alegría y luminosidad.
Finalmente la sorpresa cuando, colgado sobre las terrazas cultivadas con tanto trabajo para obtener vino, aparece un monasterio (Santo Estevo, p. E.) una iglesia o una casa grande.
Amarillos, ocres, verdes, malvas, grises.....quien dice que el invierno no tiene colores?
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