domingo, 22 de mayo de 2016

El Café San Carlos en Turín

En esta vida siempre es bueno tener expectativas modestas. La realidad suele compensar. Turin ha vuelto a confirmarlo. Pensaba en una ciudad industrial con pocos atractivos que ofrecer. En mi mente estaba ligada a la FIAT, la Juventus ( una no vive en una burbuja), los documentales de la Sabana Santa y, ... los bombones Ferrero Rocher. 



Por eso la ciudad me sorprendió enormemente. Fue capital de Italia ( la primera), cuna de los Saboya y eso se nota en sus ademanes y trazas señoriales. Amplias avenidas con soportales de unos cuatro metros de ancho con un enlosado de enormes piedras planas y relucientes por el uso.  Calles de trazado rectilíneo, plazas espaciosas y edificios majestuosos. Escondidos en estos soportales elegantes cafés que en muchos casos  conservan la decoración y ambiente de finales del siglo XIX. 

Uno de los más famosos es el Cafe san Carlo, en la espaciosísima cuadrangular plaza del mismo nombre. Como soy madrugadora, me sobra algo de tiempo antes de empezar mis reuniones y entro en el café. Inicialmente estoy sola y tomo posesión, bajo la perezosa mirada de los camareros de esta maravilla decimonónica. Es de planta cuadrada, con barra al frente, sofás granates en dos de sus cuatro paredes,   veladores de mármol verde y pie dorado. El suelo es de mármol y forma distintas figuras. En las paredes sobresalen columnas planas de fuste estriado y capitel corintio y frisos con decoración pompeyana. Espejos dorados, algunos muy recargados en un mar de  profusión decorativa que, a mí en este caso me parece armonioso.

Una gran araña de cristal de murano blanco cuelga del techo. Es tan enorme que agradezco que la sillas estén dispuestas junto a las paredes y no en el centro de la sala. Me siento en un sofá y soy la única. Los italianos entran toman un café en la barra grande, pagan en la barra pequeña y se van. Acompaña mi capuchino un chocolate con sabor a avellana, típico de aquí y un vaso diminuto de agua mineral con gas, seña de la casa.
La plaza está vacía y el café también. 2/3 clientes a lo sumo. Pero los tés camareros impecables con sus pajaritas parecen siempre ocupados. Puedo asegurar que el look hipster ha llegado también a los camareros italianos.


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