Entre las joyas de Turín está el museo Egipcio, el segundo más importante del mundo y en la actualidad ( debido a los problemas de seguridad) el más visitado. El lugar sorprende por la cantidad de momias, tumbas, esculturas y objetos funerarios allí guardados. Toda clase de objetos que se estimaban necesarios en el más allá (desde pelucas, a ropa interior, calzado, joyas, por supuesto) se encuentran perfectamente conservados. Llaman la atención las momias de animales, lejos de ser siniestras, con sus formas redondeadas y sus ojos pintados, parecen salidos de una película de dibujos animados. El guía explica con detalle el por qué de todas las esculturas y su significado. También nos cuenta la historia escrita en un papiro acerca de la primera huelga de la humanidad protagonizada por los artesanos que construían las tumbas del Valle de los Reyes. Historia fascinante, cuyo final no sabemos a ciencia cierta ( esa parte del papiro se ha perdido) aunque intuimos que los trabajadores tuvieron éxito y, tras dos meses de huelga, pudieron cobrar los salarios que se les debían.
Al lado de esta joya de colección, algunas otras que podrían pasar desapercibidas, como restaurantes escondidos en enormes palazzos. Desde la calle se accede a través de una grandiosa puerta de madera que conduce a patios muy espaciosos y llenos de vegetación. En el primer piso de uno de estos caserones está el restaurante del Circole dei Leitorie ( el círculo de lectores, la empresa de venta por catálogo). Cuesta encontrar el comedor, una estancia amable, escondida y con las paredes repletas de los cuadros con los que los artistas en apuros pagaban sus cuentas.
Y.., para una amante del chocolate como yo, Turín es el paraíso. Disfruto a conciencia una taza de chocolate negro y la torta especial de la casa ( tres chocolates, por si había duda) en la terraza del cafe Biccerin a la sombra de un campanile airoso de ladrillo y una iglesia barroca. La calle está animadísima el viernes. Una pena que las nubes no permitan apreciar la majestad de los Alpes nevados que a lo lejos vigilan la llanura por la que el Po discurre tranquilo y señorial.