En Santiago de Compostela los pies suelen ser motivo de atención. Cada día, especialmente en verano, cientos de peregrinos llegan a la capital de Galicia tras jornadas de peregrinación. Los pies sufren y los peregrinos tratan de aliviar los dolores con calzado cómodo (chanclas generalmente) en su recorrido por las rúas de la ciudad. Ayer había muchos peregrinos en Santiago. A los peregrinos habituales que llegan a ver al Apostolo se sumaban los que ayer peregrinaban para ver al Boss. Durante toda la tarde se sucedieron riadas de gente que, todo hay que decirlo, de forma muy ordenada y civilizada se acercaban al Monte do Gozo. En muchos casos, en sentido contrario al habitual. Si normalmente los peregrinos van desde el Monte do Gozo a Compostela, ayer a partir de mediodía, les superaban en número los que hacían la ruta a la inversa, de Compostela al Monte do Gozo.
En el concierto, Bruce Springsteen demostró porque es el Boss. Un artista con los pies en la tierra, sin aires de divo, pese a ser una leyenda viva del rock. Sabedor de que el público acude a sus conciertos no solo a escuchar su música sino también a verle a él, se entrega al público y está atento a lo que sucede a su alrededor. Inició su actuación a los acordes de la Rianxeira, habló en español, saludó varias veces, recogió peticiones del público, se acercó a sus más incondicionales, subió a gente al escenario, tomó de buen grado una caricatura que le presentaba con una gaita y dejó que la cámara le enfocase un buen rato para delicia de los asistentes... En fin, una maravilla.
También tuvieron que tener los pies clavados en la tierra los asistentes al concierto, en muchos casos a su pesar, pues preferirían saltar y brincar al son que marcaba The Boss. Pero, eso resultaba peligroso. La mala organización del evento hizo que muchos tuvieran dificultades para ver al artista y se apiñaban como podían tratando de no perder el equilibrio al tiempo que intentaban seguir, siquiera en las pantallas, el concierto.
Desde luego, los organizadores, merecen un buen escarmiento. No hubo control de entradas ni de objetos introducidos en el recinto ( pude ver como a mucha gente ni siquiera se le pidió la entrada mientras avanzaba con latas de refresco o cerveza en la mano). El caos fue mayúsculo y sólo la suerte y el civismo de los asistentes evitaron lo que pudo ser una desgracia. El recinto se asienta sobre un desnivel. Al fondo del mismo existían vallas y, sin recinto de sueguridad de por medio, pegadas a estas se encontraba la gente. Las imágenes de la tragedia del Estado Heysel de Bruselas pasaron por la mente de algunos de los asistentes.Las salidas no estaban señalizadas, no existían pasillos de evacuación para desalojar a heridos en caso de emergencia, las personas que parecían de la organización ( o deberíamos decir desorganización? ) daban indicaciones contradictorias a un público que se veía impotente. Después de esperar 4, 5 ó más horas en la cola y pagar más 75€ de entrada resulta descorazonador no poder entrar al concierto, y en caso de entrar, no poder ver nada. Claro que el caos no sólo se produjo dentro del recinto.
Antes de entrar, la gente preguntaba a los agentes de la Guardia Civil (la policía municipal, como las meigas, haylas, pero no se les veía) por donde debía acudir, dónde estaba la entrada 1... pero estos no disponían de información. En toda la Rúa das Estrelas, donde tuve ocasión de participar en la que parece ha sido la mayor cola, no se vio a nadie de la Organización. La gente no sabía si se habían abierto las puertas o no, cuánto quedaba... Eso sí, no vi ningún altercado. El público demostró una paciencia y civismo ejemplares. Quizás, el hecho de que la edad media de los asistentes fuese bastante avanzada, hizo que prevalecieran la calma y la cordura. Sólo cuando a falta de 10 minutos del comienzo veían que no iban a poder entrar, se produjo un "rompan filas" espontáneo que conllevó confusión y avalanchas.
Y caos también a la salida. Suerte que la luna brillaba en el cielo. Como los peregrinos de antaño, fue ella la guía de las personas que salían del recinto. Las puertas no estaban iluminadas ni señalizadas. Y ya fuera, en el trecho que había que recorrer entre el albergue de peregrinos y la carretera, se sucedían las farolas... apagadas! Los "peregrinos" que salían del recinto se iban avisando unos a otros viva voce de los obstáculos: "cuidado hay una piedra grande", "ojo, hay una rama caída" se iban advirtiendo unos a otros.
En fin, un milagro digno del Apostolo que no hubiese ocurrido un percance. El Boss demostró por qué es merecedor de ese apodo. Los organizadores, no merecen que sigamos hablando de ellos y que a nadie se le ocurra la peregrina idea de encomendarles ningún evento similar.