viernes, 30 de octubre de 2015

¿Tecnología integradora o discriminadora?

Primer día gris de mi itinerario. Hoy que tengo una recepción en la que el tacón es obligatorio, va y se pone a llover.

Escribo sentada ante un gran ventanal cercano a Harvard Square. Las hojas de los árboles muestran sus mejores colores : amarillo, ocre, rosado intenso... ( nunca azul como dice mi madre) antes de caer y desparecer bajo los zapatos de algún transeúnte, la escoba de algún barrendero, o, lo más probable, la aspiración de alguna máquina moderna. Como fondo, el color rojizo de los edificios de ladrillo que dan a la zona una armonía y un sentido de conjunto. Ayer paseando en el campus de Bentley y a lo largo del río Charles los árboles mostraban también su mejor color brillando bajo un sol que no lograba mitigar el frío que provocaba una temperatura de 7 grados.

Hace 17 años estuve por primera vez aquí. Tengo muy buenos recuerdos de aquel encuentro con los amigos que estudiaban en la Harvard Business School. Creo que aquí fue donde probé por primera vez el sushi. A pesar del mal rato que pase intentando manejar unos díscolos palillos, me convertí en una fan. A día de hoy sushi y chocolate negro compiten por el primer puesto en mis preferencias gastronómicas. Claro que, no son excluyentes, sino todo lo contrario. Forman un complemento perfecto. 

Poco a poco la tarde va cayendo y la lluvia va arreciendo. Los tonos se difuminan conforme la luz cae y el manto grisáceo de la lluvia se hace más presente. Los colores se hacen menos brillantes, el ocre es menos ocre, el amarillo menos intenso y los ladrillos pasan de rojo a un tono más cercano al marrón. Las tardes lluviosas, si se está frente a una ventana y con un té, aunque sea en un hotel funcional, y no en una chimenea frente al fuego, son adecuadas para la reflexión.

Así que vuelvo sobre las notas en mi iPad que acumula ideas desgranadas en más de 60 conversaciones sobre filantropía, innovación, transferencia de tecnología y tendencias sociales. Construir redes diversas en términos de las mentes, las actitudes y las experiencias de sus componentes es una de los elementos que salen

continuamente en las conversaciones.

La otra es, la tecnología. La tecnología hará un mundo muy diferente, más cómodo y fácil en general. Dos reflexiones vienen a mi cabeza. Tal vez estemos supravalorando lo  efectos de la tecnología en el corto plazo, pero infraestimándolos en el largo plazo. Estoy encantada con Uber. Es cómodo, seguro y barato. Ahora bien para tener acceso al servicio es necesaria una conexión a internet, un teléfono inteligente, un correo electrónico y una tarjeta de crédito. Si Uber fuese el único servicio de taxi disponible, habría mucha gente que no podría tener acceso al mismo. Extranjeros sin conexión de datos, personas sin acceso al crédito o personas mayores que no son capaces de entender la tecnología o que carecen ya de la destreza suficiente para operar con los smartphones. Es importante que con la tecnología no creemos una nueva forma de discriminación. No me gustaría que nuestros mayores, los extranjeros u otros grupos se encontrasen sin quererlo aislados por una tecnología que, irónicamente, ayude a aumentar la conexión en el mundo, Creo que existe un valor en preservar también métodos tradicionales para hacer las cosas. Más eficientes, más seguros, más accesibles, pero existe para mí un valor en ofrecer a todo el mundo la posibilidad de elegir. 

La otra reflexión que lleva cruzando mi cabeza estos días tiene que ver con la privacidad. Son maravillosas las posibilidades que la tecnología nos ofrece en ámbitos como el medio ambiente, la salud, la nutrición, la movilidad y otros de los grandes desafíos de la humanidad. Sería magnífico que el historial médico de cada uno de nosotros estuviese accesible de forma universal. En caso de enfermedad o accidente, nuestro DNI, una muestra de sangre o nuestra huella podrían permitir al médico conocer todo nuestro pasado. Es estupendo que el conductor de Uber que va a venir a buscarme en un rato y yo sepamos que está atascado en un semáforo y que por tanto, en lugar de cinco, le va a llevar diez minutos.  Ahora bien, ello supone que compartimos datos de ubicación, salud, consumo, comida, gustos para nuestro tiempo libre, etc. Datos que pueden ser usados para el bien pero que plantean riesgos. ¿Quién es el dueño de los datos? ¿Cómo deben ser utilizados? ¿ Dónde se almacenan? ¿Cada cuanto tiempo deben ser eliminados?  Tengo la impresión de que existe un rol muy importante para el gobierno ( o mejor dicho el conjunto de los gobiernos) en relación con este libertario y fluido mundo de internet. 

Sigue lloviendo. Mi conductor ha llegado. Subo y marcho a la recepción pensando sobre estas cuestiones y disfrutando, por el momento, de su lado bueno. 



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