domingo, 29 de marzo de 2009
Arte banal?
Leo en el El País que el ex director del Metropolitan de Nueva York Philipe de Montebello, critica a los museos actuales por la inflación de exposiciones temporale y porque se han olvidado de lo fundamental: las colecciones permanentes.
Me sorprende este comentario viniendo de Montebello. Hasta hace poco (ignoro sí todavía es así) cuando uno alquilaba una autoguía en el Met de Nueva York era la voz de Montebello quien le explicaba las obras. También cuando álguien se adentraba en su página web, podía elegir la "selección de Montebello". Conocí a Philipe de Montebello en el año 2000 a causa de una entrevista de trabajo. Lo recuerdo como un hombre eminentemente práctico preocupado por atraer visitantes y fondos (reconocía que una de sus tareas como Director era cenar una vez a la semana con posibles donantes. Alguien me dijo que sus modales refinados y su nombre tan chic a los oídos americanos, eran algunos de sus activos en esta noble tarea). Bajo sus 25 años de mandato, el Met no dudó en emprender exposiciones arriesgadas y de rigor científico cuestionado en algunos casos por la crítica.
Por ello, me sorprende este comentario. ¿Es un reconocimiento implícito de los excesos cometidos por una filosofía por él impulsada o resulta que tras él nadie sabe hacer las cosas? Me inclino por lo primero. En las exposiciones temporales, como en las tesis doctorales (recuerdo como un amigo me contaba que se había negado a dirigir una tesis de Derecho sobre Mickey Mouse) a veces se ha llegado al absurdo. En ocasiones parece que nos han tomado el pelo. Viene a mi recuerdo una exposición en el Museo Cappodimonte de Nápoles en la que bajo el título de Obras Maestras de Caravaggio y su influencia en la historia, me encontré con toda una serie de cuadros de autores y calidad de segunda fila que me enfurecieron. Pero, al lado de estas excepciones, he asistido a exposiciones magníficas en pinacotecas españolas y extranjeras. Espero, y estoy segura de que así sucederá, que las exposiciones temporales no desaparezcan, pero que, a medida que el "mercado" madure, las exigencias sean mayores, se comience a distinguir el trigo de la paja y en general, para fortuna de todos, la aumente la calidad.
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